Una buena historia tiene la capacidad de lograr esa conexión que buscamos con el receptor de nuestro mensaje, pero la pericia a la hora de contarla, de organizar el material y la información que transmitimos entra en el terreno pantanoso de la subjetividad. Es decir:
Una buena historia en manos de un storyteller sin mucho talento o imaginación puede perder toda su gracia y potencial. Y al revés, una historia aparentemente sin ningún aliciente en manos de alguien con ingenio puede convertirse en una gran pieza audiovisual que ayude a posicionar nuestra marca.
Profundizando en el storytelling
Mediante el storytelling sacamos a relucir aquello que nos hace diferentes, lo que nos hace únicos respecto a los demás, aquello que tenemos que nadie encontrará en ninguna otra parte, ya seamos marca, empresa, persona, personaje o colectivo.
Si queremos sacarnos todo el jugo a la hora de darnos a conocer o de transmitir nuestro mensaje, hay unas claves que debemos tener en cuenta. En ellas se sustenta un buen storytelling:
El mensaje
¿Qué mensaje queremos transmitir con nuestra historia? ¿Y cómo vamos a hacerlo? Nos estamos refiriendo al eterno dilema entre fondo y forma, a su necesaria adecuación. A menudo ocurre que sabemos qué mensaje queremos transmitir, pero nos complicamos la vida a la hora de hacerlo.
A veces también ocurre lo contrario: se nos ocurre una forma muy atractiva de contar algo, pero ese algo no es lo que queremos realmente transmitir o directamente la forma se contradice con nuestros valores de marca.
Es una cuestión de concepto. Más importante aún, teniendo en cuenta la enorme competencia existente en el audiovisual y la inmediatez con la que recibimos y olvidamos mensajes que constantemente nos llegan desde todas partes. Debemos lograr que el nuestro, ya sea por originalidad de la forma, por contundencia del mensaje o empatía con los protagonistas de nuestra historia, perdure en la mente del receptor.
Honestidad
Es fundamental creer en nosotros mismos. Creer en lo bueno que tenemos que ofrecer, en nuestras cualidades, incluso en nuestros puntos débiles, puesto que éstos también nos diferencian de los demás. Se trata, en definitiva, de contar la verdad, nuestra verdad.
Un buen storytelling no puede sustentarse en mentiras si queremos establecer una relación de confianza con el receptor. Si en esta época de flujo casi incontrolable de información, el receptor se da cuenta de que estamos tratando de vender algo que realmente no somos, nos dejará de lado y será muy difícil recuperarlo, si es que lo logramos.
Pero nada de esto debería ser un problema si creemos en lo que somos. Si nos vemos obligados a mentir, significa que lo que estamos ofreciendo no vale la pena y esto es un problema mayor que ni el mejor storyteller puede resolver.
Ir a la esencia
No nos andemos por las ramas. Es preferible comunicar un solo concepto que quede bien claro que no querer contar diez cosas diferentes y que no se recuerde ninguna. El mensaje debe ser bien claro y el storytelling entendible.
Esto es aplicable también a la duración de nuestras piezas audiovisuales, alargándolas innecesariamente corremos el riesgo de perder la atención del receptor, de modo que cada segundo de atención cuenta.
Cada segundo, en suma, construye el sentido de nuestro discurso, lo hace avanzar hasta llegar al núcleo: el mensaje. Aquello que queremos transmitir es con lo que construimos nuestra identidad en la mente del receptor. Identidad es marca. Identidad somos nosotros.
A modo de conclusión, podemos decir que el storytelling es como una cadena o como un collar de perlas, en las que cada pieza cuenta y, si arrancamos una, el conjunto se rompe. El buen dominio de las herramientas del lenguaje audiovisual es lo que impide que esto suceda.