Imágenes que van más allá de las palabras
“Hoy, cuando las palabras parecen haber perdido todo sustento y estar suspendidas en el aire, el ojo del fotógrafo captura fragmentos de realidad que no pueden ser expresados con el lenguaje como lo conocemos”, dejaron escritos sus fundadores en el manifiesto original del movimiento.»
Ya no se trataba de acompañar las palabras con una imagen sino de transmitir las sensaciones y emociones de la calle a través de la cámara e, incluso, el cuerpo del fotógrafo. “Para mí captar lo que siento con mi cuerpo es más importante que los tecnicismos de la fotografía. No es importante si la imagen está movida o desenfocada. La fotografía no es únicamente nitidez”, declararía Daido Moriyama, uno de sus miembros más insignes en una entrevista años después.
Provoke se caracterizó por crear una estética propia, en la que el uso de películas muy contrastadas y el revelado posterior acentuaban las sombras alterando la escena fotografiada.
Esta revolución técnica, que rompería con toda la disciplina preexistente en el que probablemente es uno de los países más disciplinados del mundo, se resumiría en el lema “Are, Bure, Boké”, que se traduce habitualmente como “granulada, borrosa, fuera de foco”.
Una estética pensada para transmitir sensaciones intensas en un momento de grandes cambios y convulsiones en el país asiático con el que aproximan la fotografía a la ilustración dejando el significado en un segundo plano frente la apariencia.
Un contexto revolucionario para Provoke
Porque si una cosa sorprende de la historia de este movimiento artístico es que su gran reconocimiento internacional es inversamente proporcional al olvido en que ha caído el momento histórico que lo hizo posible. Los años 1968 y 1969 -cuando se editó la revista- fueron probablemente los más agitados del Japón post Segunda Guerra Mundial.
Y uno de los sesentayochos más intensos del planeta, si no el que más. Durante el año del mayo francés, de las revueltas juveniles contra la Guerra del Vietnam, de la Revolución Cultural china, la Primavera de Praga y la matanza de Tlatelolco, Japón vivió un levantamiento estudiantil -que, de hecho, había empezado el año anterior- de una magnitud inusitada, con centenares de universidades ocupadas que funcionaban como zonas autónomas, manifestantes con cascos y palos que barrían a la policía, y miles de estudiantes saqueaban por completo la estación de Shinjuku, en el centro de Tokio. El curso docente fue suspendido, a nivel nacional, dos años seguidos.
Este movimiento estudiantil, animado por las ideas de la “nueva izquierda” contenía también altas dosis de malestar existencial en un país que vivía un proceso de industrialización, urbanización y occidentalización extremadamente acelerado. Muchos jóvenes se sentían desorientados ante la magnitud de los cambios y mostraban su rechazo incluso ante novedades que se podrían tomar como positivas, como el aumento de la capacidad de consumo.
Una enmienda a la totalidad del edificio social que los fotógrafos de Provoke lograron captar a la perfección. No solo capturando los momentos álgidos de la revuelta, sino revolucionando ellos mismos el lenguaje y la función de la fotografía.
Obras como Eros (1969) de Moriyama, Circulation: Date, Place Events (1971) de NaKahira, la sen-cillez y fuerza de los retratos Akira Satõ o las escenas difusas de Shõmei Tõmatsu son un maravilloso ejemplo de la influencia de este movimiento, no solo en el arte, sino también en la publicidad y el mar-keting tanto de oriente como de occidente.
De aquellos vientos estas tempestades
Siguiendo los pasos de Provoke, las nuevas generaciones de artistas japoneses siguen el legado de sus predecesores. Japón sigue siendo un hervidero de talentos fotográficos.
Así, si Hiroshi Hamaya fotografiaba las manifestaciones en los 60, hoy es Satoshi Fujiwara quien retrata el abuso del poder estatal en un proyecto hipnótico que les valió el Japan Photo Award en 2014. Fujiwara se centra en los detalles, las texturas hipertexturizadas que apelan al tacto. Combina la de-construcción del retrato y exponiendo la geografía de la piel lesionada como prueba irrefutable de la violencia. Estas imágenes, las contrapone a los cuerpos de seguridad, recortado y, a su vez, altamente texturizados.
De los acercamientos al cuerpo de Eikon Hosoe (en la serie Man&Woman 1959–1960) ahora al trabajo de Kohey Kanno en su proyecto Color Framed Work, donde traza una delgada línea entre lo inquietante y lo hermoso, jugando con cuerpos semidesnudos y flores de vivos colores.
Y la herencia de la esencia fotográfica, del “Are, Bure, Boké” que rezumaba la generación Provoke, y especialmente la obra de Tõmatsu, la podemos encontrar en artistas como Taisuke Koyama o Mai Narita. El primero, con sus imágenes abstractas similares a grandes arcoíris, golpea al espectador en ondas profundas y vibrantes de color; su trabajo son tramas de impacto visual puro. Narita, por su parte, captura detalles de espacios o paisajes: imágenes intimistas y sutiles que se difuminan y se derraman con luz y movimiento, a veces acompañadas de textos poéticos.